La revolucionaria Loïe Fuller y su  danza art nouveau  

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Hace mucho estuve en una exposición en una fábrica antigua y en las paredes de ésta  proyectaban bellos vídeos de danza con una mujer bailando con  vestidos que fluían y formaban bellas formas de flores con iluminaciones de colores. La fluidez y el estilo de la danza y el video me dejaron fascinada, entonces me puse a investigar de quien era, lo encontré y hoy  quiero compartir con ustedes el trabajo de Loïe Fuller una precursora de la danza contemporánea

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Bailarina, coreógrafa, inventora, científica, comisaria de arte, cineasta, empresaria. Toda una revolucionaria. Desde su cuerpo, desde un escenario, desde la danza. Precursora de los efectos visuales y la libertad de la mujer.  Loïe Muller fue la bailarina pionera de la danza moderna,  feminista y guerrera como ninguna.
Loïe alcanzó la fama mundial a finales del siglo XIX, con la ‘danza serpentina’. Diseñaba las coreografías, el vestuario, el sistema de iluminación,…
Méliès  y los hermanos Lumiére filmaron sus bailes, fue amiga de Rodin y de Toulouse-Lautrec; musa del ‘art nouveau’ y de los poetas simbolistas franceses.

Fue la dueña de un efecto escénico singular y único, que encajaba con el advenimiento de los grandes cambios tecnológicos e industriales. La llegada de la electricidad y el invento de la bombilla le dio acceso a un uso poético del prodigio eléctrico. Vestida con trajes de seda enormes que ondeaban al viento con el movimiento de sus brazos, extendidos gracias a largas varas, la luz ubicada en distintos ángulos y pintada artificialmente de colores, producía un efecto hipnótico en el espectador, que jugaba a imaginar orquídeas, moluscos o mariposas gigantes en las propuestas de aquella artista que transmutaba su cuerpo en pura magia escénica, que desaparecía literalmente para dar paso a un caleidoscopio de luz fundido en una danza intencionadamente abstracta pero poderosamente sensorial. Los movimientos se basaban en la disposición de los pétalos de las flores, en diferentes insectos y fenómenos atmosféricos. Representaron  la metamorfosis de la crisálida en mariposa, el nacimiento de la ninfa de Aby Warbug, que lograron equiparar el movimiento humano  a la armonía de la naturaleza. La mujer terrenal y voladora.

Sus movimientos no eran canónicos y respondían a la reacción espontánea del cuerpo cuando se deja llevar por la música. Loïe Fuller (1862-1928) ni siquiera era esbelta y delgada, pero eso daba lo mismo en el momento en que comenzaba a bailar. Ella misma creaba los aparatos escénicos y dirigía a equipos de hasta casi 40 técnicos; ideaba el vestuario y finalmente eclipsaba el escenario agitando los brazos y manejando su cuerpo produciendo energía a borbotones

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La danza serpentina (1891) fue la primera de una larga serie de solos que giraban alrededor de la misma idea pero que explotaba escénicamente de manera distinta, cada vez más arriesgada, cada vez más ingeniosa. Su influencia va a ser enorme. Años más tarde, el también precursor de la modern dance norteamericana Alwyn Nikolais basaría toda su propuesta visual en los principios de Loïe Fuller, que ha sido auténtica precursora en el uso expresivo de la iluminación teatral y una tecnología del espectáculo que ha conseguido, un siglo más tarde, llevar los efectos visuales a territorios impensables.

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En sí misma exhibía   un acto de justicia hacia una de las figuras más fascinantes de aquel período, en el que la danza, rebelde y reivindicativa, comenzaba a romper con los ideales de belleza, ornamento y entretenimiento burgués que había alcanzado tras el apogeo del Romanticismo
Fueron mujeres las que dieron el grito separatista que permitió a la danza liberarse de las ataduras del ballet en los albores del siglo XX, en Estados Unidos. Pioneras, feministas, guerreras amazonas de un nuevo ideal, destacan Isadora Duncan y sus principios de libertad en términos absolutos, Ruth Saint-Denis como la artífice de una nueva danza con vocación de espectáculo y Martha Graham como la creadora de una metodología al servicio de una danza capaz de hablar de las pasiones humanas. Ellas cambiaron la concepción, empujaron la danza hacia un nuevo territorio inexplorado. No obstante, hay una cuarta mujer, cuyas aportaciones visionarias contribuyeron enormemente e enriquecer los aspectos visuales y sensoriales de la danza sobre la escena. Es verdad que Loïe Fuller (Illinois, 1862-París, 1924) no fundó una escuela ni creó una corriente y, ante el avance imparable de la tecnología del espectáculo, su aportación hoy parece menor.

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Mentora de Isadora Duncan, amiga del matrimonio Curie…  Fue un apoyo para su compatriota la bailarina Isadora Duncan (15 años menor) a la que acogió como su protegida y ayudó en 1902 a introducirse en Europa. Los hermanos Lumiére y Georges Méliès adoraban los movimientos de Fuller y los filmaron para capturar aquellas intrigantes formas. Se convirtió en una sensación del baile en París en su gira europea y estableció su residencia en la capital francesa. «Es la forma teatral de la poesía por excelencia», escribía el poeta MallarméSu famosa danza serpentina —que estrenaba en 1892 y presentaba un espectáculo con una rompedora visión del cuerpo en movimiento— la convirtió en musa del art nouveu y la aupó a la fama mundial: entre la larga lista de amistades de Fuller estaban los poetas simbolistas Paul Valèry y Mallarmé (que la definió como «la forma teatral de la poesía por excelencia»), el escultor Rodin, Toulouse-Lautrec, el modernista vienés Koloman Moser… La creadora vanguardista traspasaba el baile y por eso inspiraba a intelectuales y artistas en tan diferentes campos, revestía sus coreografías de disciplinas que nunca antes se habían relacionado con la danza. De la escultura de Auguste Rodin a los avances en el campo del radio que realizaban en aquellos años Pierre y Marie Curie (también amigos personales de la artista), su voraz curiosidad le permitía interpretar el mundo como un contenedor de valiosos conocimientos.

“Una gran bailarina no necesita música”, escribió Fuller, “porque la música limita sus movimientos y no le proporciona libertad; y hasta la bailarina más grande necesita la mayor cantidad de libertad posible”. En esa libertad de movimiento se inscribe la pieza que sirve de colofón a la exposición: una película de quince minutos dirigida y “bailada” por La Ribot. Con música de Carles Santos, cámara en mano, la bailarina ofrece un ejercicio “de luz, movimiento y sonido” . “Hago lo que ella hacía con las varillas, uso la cámara como la prolongación de mi propio cuerpo. Fuller dejó la puerta abierta a la abstracción. Traspasó las disciplinas”, añade.

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Fuente: 20 minutos