¿Pasó de moda la fantasía?

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Parece que así es. Da miedo, porque salirse de la realidad concreta tiene el peligro de frustrarnos mucho cuando volvemos a ella. Soñar con ser princesa y disfrazarse de reina era parte del cultivo de la fantasía. Hoy parecen juegos de niño, en circunstancias de que algunas veces sí nos disfrazamos de princesas o de príncipes, solapadamente.

Hoy la realidad tiene un peso enorme. Probablemente es necesario porque la vida demanda cada vez más esfuerzos personales para llevar a cabo los proyectos concretos, que determinan nuestro presente y futuro. La fantasía puede ser una pérdida de tiempo o un mal consejo cuando nos escapamos hacia ella para evadir problemas pendientes que debemos solucionar y/o no tenemos ganas de enfrentar. 

¿Qué es el amor sin la magia? No solo el amor erótico y la fantasía del amor como motor de tantas acciones basadas en la esperanza. 

La historia importa. ¡Hubo sabios en otros tiempos, antaño, que pueden inspirarnos! 

 

Pitágoras, por ejemplo, un matemático preciso y nada soñador en sus teorías, decía que los números están más cerca del cielo que de la tierra. ¡Los números, que son para nosotros los mortales que no sabemos matemáticas lo más concreto y complicado de todo el saber acumulado! 

Nosotros sabemos que no se multiplican peras con manzanas. Pero si a ambas las llamamos frutas, sí podemos multiplicar. ¡Lo que significa que podría haber alguna realidad detrás de la magia! 

Me decía un colega alemán que la vida, si es pura realidad, enferma a la gente; como si la psiquis requiriera un recreo, una fiesta de vez en cuando. Donde la lógica no esté convidada. 

Los santos, por ejemplo, eran los magos de la ilusión y la esperanza. Hoy no tenemos muchos santos. La realidad y los miedos nos alejan de las fantasías y, por ende, muchas veces, de la bondad.

Necesitamos confiar. Es lo que más necesita el hombre moderno. Creamos en la magia, en lo que pasó de moda, pero que era un consuelo para que los humanos no nos tuviéramos tanto miedo.

Por Paula Serrano