Bailarina recrea las Pinturas de Degas

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Rememorando las obras más famosas del pintor Edgar Degas, con motivo de su actual exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, la bailarina Misty Copeland revela qué se siente hacer historia. 

artedeladanza5“Swaying Dancer (Dance in Green)”, Edgar Degas, 1877-1879, Museo Thyssen-Bornemiza, Madrid

A las bailarinas de ballet, me dice Misty Copeland, les gusta tener todo bajo control. Es algo referente al ballet mismo –la búsqueda incansable por lograr una apariencia de atletismo sin esfuerzo, de fluidez, de gracia– que lo hace tan difícil de dejar ir. “Creo que todas las bailarinas de ballet somos un poco controladoras”, me explica. “Queremos estar en control de nosotras mismas y de nuestro cuerpo. Es lo que la estructura del ballet, creo yo, siempre deja en ti. Si estoy en una situación en la que no estoy segura de qué puede pasar, me resulta abrumador. Me pone ansiosa”.

Copeland dice que, en parte, por eso le resultó tan desafiante posar para las fotografías que acompañan esta historia –basadas en las pinturas y esculturas de Edgar Degas inspiradas por las bailarinas del Ballet de la Ópera de París. “Fue interesante estar en una sesión de fotos y no tener la completa libertad de crear con mi cuerpo, como lo hago normalmente”, dice. “Recrear lo que hizo Degas fue realmente difícil. Fue impresionante darme cuenta de los detalles pequeños y de cómo aún a pesar de ellos, es posible apreciar el movimiento. Eso es justamente lo que me parece tan hermoso y difícil de la danza. Tratas de alcanzar la perfección pero quieres que la gente tenga esa ilusión de que tu línea nunca termina, de que nunca dejas de moverte”.

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Tal vez no resulte sorprendente que Copeland tuvo problemas conformándose con la idea de la imagen de una bailarina; desistió hace mucho tiempo. A sus 33 años, está justo en medio del pas de deux más esclarecedor de una bailarina clásica con la cultura pop desde que Mikhail Baryshnikov se midió con Gregory Hines en la película White Nights. En junio pasado, Misty fue nombrada bailarina principal en el American Ballet Theatre, la primera mujer afroamericana en obtener esa distinción. También fue el tema central del documental de George Nelson, A Ballerina’s Tale, el cual relata el triunfo de Copeland sobre la depresión y los problemas de autoimagen, así como su regreso a la danza después de una grave lesión en la pierna que puso en jaque su carrera. Su historia de éxito, desde un cuarto de motel compartido con su madre y cinco hermanos, hasta la cima más alta del mundo de la danza, se ha convertido en una especie de moraleja del siglo XXI: la bailarina improbable –como se refirió a sí misma en su autobiografía publicada en 2014, Life in Motion–, quien está camino a convertirse en la quintaesencia de la danza.

Las obras de ballet de Degas –que comenzó a crear en la década de 1860 y continuó creando hasta poco antes de su muerte en 1917– están colmadas de una sensibilidad muy moderna. En vez de visiones idealizadas de criaturas delicadas haciendo piruetas en el escenario, Degas ofreció imágenes de niñas y jóvenes en conjunto, practicando, bailando, entrenando y paseándose por los estudios, entre los bastidores de los teatros. Ocasionalmente aparecen hombres corpulentos o figuras oscuras dirigiéndolas o, en otros casos, dando color a los procedimientos. “La gente me llama ‘el pintor de las niñas bailarinas’”, dijo alguna vez Degas a su agente en París, Ambroise Vollard, el Larry Gagosian de aquella época. “Nunca se les ha ocurrido que mi interés principal reside en ilustrar el movimiento y dibujar ropa bonita”. El ballet de Degas es un lugar poco sentimental y su representación de las bailarinas, poco empática, pero en el que no sólo descubrió la libertad como artista, sino también un tipo de belleza que existía detrás de toda la estética de la actuación y el conflicto de sus sujetos por convertirse en algo y personificarlo de manera impetuosa.

artedeladanza4“Dancer (Pastel)”, Colección Walter Annenberg, Palms Springs.

“El enfoque de Degas en la danza es parte de su compromiso por representar al sujeto, los espacios, el ritmo y las sensaciones de la vida moderna”, dice Jodi Hauptman, curadora del departamento de dibujos y litografías del Museo de Arte Moderno de Nueva York, sede de la exhibición que celebra el extensivo trabajo del pintor:Edgar Degas: A Strange New Beauty. “Su visión se aleja, y se acerca, tomando nota de lo que normalmente se pasa por alto y haciendo suyo aquello que mejor refleja las condiciones de su tiempo”.

En su manera particular, Misty Copeland ha forzado a la gente a mirar al ballet con un lente más contemporáneo. “Veo una gran afinidad entre las bailarinas de Degas y Misty”, dice Thelma Golden, directora y curadora en jefe del Studio Museum, en Harlem. “Ha derribado un estereotipo milenario de bailarina de cajita de música y lo ha reemplazado con una imagen moderna y multicultural de la presencia y el poder. Misty nos recuerda que incluso los artistas más grandiosos son humanos viviendo una realidad”.

El primer roce de Misty con el ballet es famoso por ser tan poco romántico. Su madre, Silvia DelaCerna, fue una animadora para los Jefes de Kansas, y su hermana mayor formó parte de un equipo de entrenamiento en su escuela en Hawthorne, cerca de su hogar en San Pedro, California. Así que, a los 13 años, Copeland decidió audicionar para el equipo de entrenamiento haciendo su propia coreografía de una rutina con I Want Your Sex, de George Michael. “Una elección extraña de canción, lo sé; la elegí sin saber qué significaba. Pero es así como despegó mi carrera de baile”.

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Copeland no solo entró al equipo, también fue capitana. Su entrenadora, Elizabeth Cantine, tenía antecedentes de danza clásica y le sugirió a Misty tomar una clase de ballet en el club de la comunidad. “La clase la dieron en una cancha de básquetbol, y yo tenía puesta mi ropa de deportes y calcetines… lejos de cualquier imagen de Degas”, recuerda Copeland. Pero quedó enganchada. En tres meses, bailaba en pointe. “Antes de que el baile llegara a mi vida, no recuerdo tener objetivos, sueños, querer ser alguien. En el ambiente en el que crecí, estábamos constantemente en modo supervivencia”, dice Copeland. “Iba a la escuela, trataba de encajar y pasar por alto. Pero el ballet era eso que se sentía tan innato, como si fuera lo que estaba predestinada a hacer”.

Kevin McKenzie, director artístico desde hace años del American Ballet Theatre, ha dicho que la respuesta visceral de Copeland a la música, combinada con sus proporciones únicas y su excepcional coordinación, la hacen una grandiosa bailarina. Pero lo que la hace una estrella, es algo más. Si Copeland aún no es un ícono, sí es la encarnación de imágenes y experiencias que podrían parecer ajenas al ballet, si no resultaran tan escalofriantemente familiares para tantos otros bailarines. Es un trabajo que involucra pasar demasiado tiempo frente a un espejo que te dice quién eres y cómo te ves. Copeland ha mirado sus propios ojos, llenos de determinación, mucho más tiempo que nosotros; sabe exactamente lo duro que fue llegar al momento en el que empezaron a mirarla de vuelta, con algo parecido a la aprobación. “El ballet me llamó por una razón que probablemente muchos no entiendan o no puedan hacer suya”, dice. “Las personas piensan que estás expuesto, pero yo me siento segura en el escenario, como si fuera intocable para todos. Así que cuando la atención de los medios llegó con mi entrada al mundo del ballet, eso no era lo que yo quería. Me tomo todo demasiado a la ligera, en términos de la gente llamándome ‘una celebridad’, y cosas así. Creo que lo que estoy haciendo es mostrándole a los demás lo increíble que pueden ser las artes para un niño, cómo a mí me cambiaron la vida. Trato de no engancharme con lo demás, pero entiendo la importancia de hacerlo”.

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Copeland está comprometida con Olu Evans, un abogado con quien ha estado más de una década. Viven juntos en un departamento del Upper West Side, en Manhattan. Ella admite que tiene una adicción “intensa” por los zapatos de diseñador, y aunque sigue afinando detalles de la boda, confiesa traviesamente que Christian Louboutin está haciendo sus zapatos para la ocasión. La mayoría de los días, sin embargo, baila; cuando no está entrenando, trabaja para mantener su condición física en un alto nivel. “Soy bastante solitaria”, dice Copeland. “Si no tengo que estar rodeada de gente, prefiero no hacerlo. Tengo un círculo muy pequeño de amigos. Me encanta cocinar y relajarme”.

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Aún así, ha comenzado a considerar ciertas nociones de lo que va más allá de su vida como bailarina. “Es difícil siquiera pensar en esas cosas cuando estoy en el punto más importante de mi carrera. Sé que voy a seguir formando parte del mundo de la danza, tal vez escriba más libros. Pero también aprecio demasiado a la familia. Creo que, cuando era niña –antes de que el ballet se convirtiera en mi refugio– mis hermanos y yo éramos como un pequeño pueblo. Estábamos siempre juntos y nos cuidábamos. Así que eso me hace valorar aún más la familia”.

Una de las obras más reconocidas de Degas es Pequeña bailarina de 14 años, una escultura de una danzarina perdida en un momento propio. “Definitivamente me veo a mí misma en esa escultura; se ve tan contenta pero reservada. Yo era muy tímida e introvertida a esa edad. Ni siquiera tengo una imagen en mi cabeza de cómo era una bailarina antes de que tomara clases de baile. El ballet es justamente lo que me hizo volver a vivir”.

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Fuente:  HarpersBazzar