«El llanto como remedio» por Paula Serrano

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Cuando la pena inunda el corazón, el llanto es un remedio. Solo que entre gente bien educada llorar no es bienvenido. En los sectores populares, la gente llora a mares, incluso a veces grita de dolor. Y así no más es, como dicen en el campo. Para eso es el llanto, para desahogar el pecho que duele, para expresar la impotencia y la rabia.

«No quiero que me consuelen», decía una madre ante su niño enfermo, quería que la dejaran tener pena en paz, como se le antojara, como viniera, sin tapujos, sin disfraces, puro dolor expresado.

¿Por qué nos da tanto pudor el dolor expresado en público? Porque nos da miedo. Quisiéramos una vida sin dolor, quisiéramos poder controlar todo aquello que la naturaleza nos dio como medio de escape. Entonces, lloramos a escondidas. Para que nos dejen llorar, para no tener que ser la persona valiente y capaz de tolerarlo todo. Este alejamiento de la naturaleza es uno de muchos ejemplos de lo que la educación tradicional nos ha impuesto. No nos preguntamos siquiera si tal vez la naturaleza es más sabia que nuestra educación en la sobriedad y el control.

Quedarse en cama es flojera, salvo si tenemos mucha fiebre o estamos muy enfermos. Sentirnos derrotados está prohibido, porque la debilidad nos remonta a nuestra fragilidad de hombres. A veces quisiéramos ser dioses, para tener la fortaleza que el medio y la vida moderna nos impone. «Perdón que llore», dicen a veces los pacientes. ¡Pero si este es el lugar para llorar! Igual el pudor nos inunda y controlamos ese nudo en la garganta para creer que si no lloramos es porque no estamos quebrados de tristeza. ¿En qué momento de la historia se impuso el control como parte de la sabiduría? Los hombres no lloran, dice el dicho. Pobres hombres. Desde pequeñitos fueron educados para esconder sus fragilidades. Las mujeres, al menos, tenemos más derechos porque aún queda un resabio de la idea que podemos ser frágiles, solo un resabio que también vamos perdiendo.

El resultado es bueno en el mundo del rendimiento, cuando tenemos que jugar roles laborales o paternales que requieren infundir confianza. La contraparte es la depresión, la angustia que aparece a destiempo y que parece casi una locura de puro inapropiada. Es mejor llorar que acumular angustia y deprimirse, o derechamente, enfermarse. Pero ya es tarde para cambiar la cultura instalada. 

«Quisiéramos una vida sin dolor, quisiéramos poder controlar todo aquello que la naturaleza nos dio como medio de escape».

imagen Man Ray
fuente: por Paula Serrano emol