Los atardeceres perfectos

Traslada a los habitantes de Santiago hacia una experiencia sensorial del paisaje chileno. A través de una instalación lumínica cambiante y de otras imágenes que la acompañan, la obra sumerge al espectador en la percepción del espacio y los colores de las puestas de sol que suceden en distintas latitudes a lo largo del país.

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Desde chica, y luego en su desarrollo como artista (Egresó de la Universidad Católica e hizo estudios de post grado en Canadá y Alemania), Macarena Ruiz-Tagle se vio atraída por la percepción del espacio, en su más amplia dimensión. Le gustaba interrograr la naturaleza de los fenómenos que estimulaban su vista, pero también detenerse en el modo subjetivo en que ella experimentaba las luces y colores, en sus permanentes y sutiles variaciones. No solo se trataba de una experiencia visual, sino también de un estado corporal y emocional. Se daba cuenta de que vivir en un determinado espacio, bajo una determinada luminosidad era algo que afectaba su identidad.

Todo su trabajo se alínea con esta inquietud escencial, que la ha llevado a experimentar en distintos soportes, desde la pintura hasta la escultura, la instalación o el formato postal, como un modo de plantear preguntas que conectan el universo interior y el exterior y que, finalmente, tienen que ver con nuestro modo de estar, físicamente, en un espacio. La artista señala que su traslado a Berlín, donde ha vivido por más de cinco años–hoy tiene allí una galería que la representa—la hizo ser muy sensible a la luminosidad, ya que allí el sol es mucho menos intenso que en Chile. En Alemania, también profundizó este interés durante tres años en el Instituto de Experimentos Espaciales del notable artista Olafur Eliasson, que es un ícono actual de la modificación del espacio. Se trata de un programa concentrado en el tema del espacio, la luz y la percepción, en el que se invita a personas desde distintas disciplinas para trabajar en el tema. “Ese curso me sacó la cabeza que tenía y me puso otra”, dice Macarena. “En las clases todo era posible, todo resultaba interesante. A nadie le importaba si lo que hacías era bonito o feo, sino por qué lo estabas haciendo, para qué. El lema era desaprender lo aprendido y construir tu propia realidad”, cuenta.

Desde entonces, ha desarrollado varios trabajos explorando el asunto y ahora realizó viajes a distintas latitudes del territorio nacional, para observar y registrar las percepciones de las puestas de sol, recogiendo también testimonios de los habitantes de esos lugares, cuyas experiencias varían de un punto a otro del país más largo y el que tiene más diversas latitudes del planeta. “La instalación propone ser un cruce entre las artes visuales y las condiciones lumínicas del territorio”, explica. “Si trazamos una línea desde el límite con Perú hasta el Polo Sur, esta supera los 8.000 km. de longitud. Por esta razón, Chile posee varios climas, geografías y luminosidades. Los atardeceres en el norte son de muy corta duración, aproximadamente 30 minutos y la luz natural tiene mayor intensidad de azules. En la zona central y sur estos tienden a ser anaranjados – rosados y a medida que observamos más en el extremo sur, estos son muy largos, a veces de cuatro horas o más  y en saturados rojos – amarillos – violetas. En el territorio Antártico, en ocasiones podemos ver auroras australis de intensos tonos verdes durante toda la noche”.

En la sala principal, Macarena Ruiz-Tagle instala una estructura tensada construida en tela, que reproduce la idea del horizonte circular. Sobre esta se proyecta una animación de luces que va transportando al espectador a las distintas experiencia de color, luminosidad y duración de los atardeceres. La artista trabajó en conjunto con Paulina Villalobos, que es también una investigadora sobre los fenómenos lumínicos naturales.

Además, en la sala de entrada, la artista instará tres cuadros que conforman la “Serie de Atmósferas III”, en la que lleva las observaciones sobre el color de los atardeceres a ejercicios de capas de color  sobre papel, de gran formato. “Creo que es un trabajo muy interesante, porque reflexiona sobre la identidad local desde una mirada multidisciplinaria y muy informada. La artista cruza el arte, la sicología, la física y hasta la poesía, para producir una experiencia sensorial y compleja en el espectador”, señala Florencia Loewenthal, directora de la galería.