«El regreso de la lluvia» por Cristian Warnken

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«La lluvia nos recuerda de dónde venimos: del agua. Somos agua. Y por eso lloramos, porque somos agua. Por eso no llorar es tan grave como no llover…».

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¿Regresará la lluvia otra vez? Cada vez que la lluvia regresa, hay que salir a bailar a las calles. Que los niños se coloquen sus botas y abran los brazos al cielo para recibir jubilosos las primeras gotas de agua. Que los adultos cierren los ojos y recuerden las copiosas lluvias de su infancia. Que se haga un guillatún por todas partes, que llueva y no deje de llover, para que el desierto florezca.

¿Y las inundaciones y desbordes? Esa es otra lluvia, ese es el desmadre del cielo, una prefiguración del diluvio que parece decirnos cada cierto tiempo que la tierra también se enoja.

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Yo hablo de la lluvia benéfica, de la lluvia de estación, de la lluvia que limpia el mundo y acaricia la tierra. La tierra está ávida de ella y el hombre, que está viviendo la desertificación por dentro, la peor de todas, recibe esta lluvia como un bautismo, como una purificación.

El ser humano a veces cierra los ojos y ve llover adentro de su propia casa. La lluvia tenaz se confunde con su llanto, con las lágrimas contenidas que todos nosotros guardamos y que deben salir para mezclarse con la lluvia y volver a la tierra. Porque las penas no pueden empozarse, porque los dolores no llorados son agua putrefacta. Por eso llueve: para que todo el horror y el dolor del mundo pueda ser lavado. «Il pleure dans mon coeur / comme il pleut sur la ville / quelle est cette langeur qui pénètre mon coeur ?» -dijo el poeta francés Paul Verlaine mientras oía llover desde la prisión donde estaba: «Llora en mi corazón / como llueve sobre la ciudad / ¿Qué es esta languidez que penetra mi corazón?». La languidez está cerca del aburrimiento y linda con la melancolía, pero no es ni el uno ni la otra.

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La languidez rima con la lluvia. Es la tentación de quedarse entre las sábanas mientras llueve afuera, es la pausa que todo ser humano necesita para descansar de ese «cansancio de ser hombre» que tan bien nombró Neruda. Porque uno se cansa de ser hombre, y mujer. Y para eso llueve. Llueve para renovar otra vez el pacto que alguna vez sellamos con la tierra, un pacto que hemos roto tantas veces. Pero la lluvia regresa para decirnos: «no estás tan solo sobre la tierra».

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La lluvia nos recuerda de dónde venimos: del agua. Somos agua. Y por eso lloramos, porque somos agua. Por eso no llorar es tan grave como no llover. Cuando el hombre se seca, cuando se desconecta de sus raíces, de su sangre, de sus venas, de su corazón. Pongan las manos sobre su corazón, cuando llueve afuera: sentirán en él gratitud, honda gratitud, júbilo de niño. Porque la lluvia es una fiesta para los niños, sobre todo para los niños de la ciudad a los que hemos abandonado en la soledad de las pantallas. Ellos deben salir a la calle cuando llueva, hay que volver a enseñarles a mojarse bajo la lluvia, a pisar una y otra vez los charcos. Lluvia. Lluvia. Lluvia. Despertarse en la noche y sentir que el cielo se viene abajo y navegar insomnes en nuestra propia casa, que se transforma en arca.

Todos podemos salvarnos si escuchamos el mensaje de la lluvia. Nada está tan perdido si todavía llueve. Todos queremos llover, ser lluvia en un mundo seco, estéril, frío. Este mundo de la técnica en que nos hemos parapetado, un mundo en que no llueve ni truena, un mundo en que nos olvidamos de tocar y de oler la tierra. Un mundo desconectado de lo más real: de lo que somos en el fondo, de lo que estamos hechos: moléculas de hidrógeno y oxígeno, materia, polvo de estrellas.

La lluvia ha regresado una vez más para decírnoslo al oído, en ese repiquetear primero de las gotas sobre el techo, de esa lluvia que dice: «todavía». Todavía llueve, todavía vivimos. Y hay un poeta que -como los niños- conectó su corazón con el latido de la lluvia y canta: «Oh, bruit doux de la pluie / par terre et sur les toits / pour un coeur qui s’ennuie / oh, le chant de la pluie!» («Oh, ruido de la lluvia / sobre la tierra y los techos / para un corazón que se aburre / ¡oh, el canto de la lluvia!»).

fuente Blogs el Mercurio